Por: Bruno Basile | Contacto: [email protected]
No es un secreto el desarrollo que ha experimentado nuestro país desde la reversión del Canal a manos panameñas. Nuestra economía no solo se ha diversificado, sino que ha consolidado importantes nichos de generación de riqueza: el Hub de las Américas, logística, servicios, construcción, entre otros.
Un crecimiento tan acelerado trae consigo ventajas y desventajas. Las primeras las conocemos bien: somos uno de los países de la región con mayor índice de riqueza per cápita. Las desventajas, en cambio, son varias y profundas.
El crecimiento económico no equivale automáticamente a riqueza social, intelectual ni espiritual. Es apenas un indicador macroeconómico que no refleja el verdadero estado de bienestar de una población. Allí radica el origen de muchas de las desigualdades que hoy nos pasan factura como sociedad. El estado actual de la educación, la inseguridad, el sistema de salud o la infraestructura pública son claros ejemplos de estas brechas.
La pandemia marcó un punto de inflexión, no solo en materia de salud pública, sino también en la profundización de estas desigualdades. La brecha se amplió. Las protestas de los últimos años son el termómetro de una enfermedad que debemos atender con urgencia, pero también con resiliencia y determinación.
En sociedades polarizadas y, en muchos casos, desinformadas – otro de los grandes males de nuestro tiempo –, solo la transparencia y la empatía pueden permitirnos conectar y dialogar efectivamente con los distintos grupos de interés.
Entonces, ¿qué puede hacer el sector empresarial frente a esta realidad? ¿Callar, involucrarse activamente… o no hacer nada y esperar a que las aguas se calmen?
De entrada, podemos descartar la última opción. En el mundo actual, no hacer nada no es una alternativa viable. A mayor interconexión económica, comercial y tecnológica, más difícil se vuelve para una empresa ignorar lo que ocurre a su alrededor.
Sin embargo, sí es posible asumir un rol que marque una diferencia positiva, incluso en un entorno convulso:
- Agradeciendo y fortaleciendo la confianza de los colaboradores: Las personas son el corazón de toda empresa. Reconocer su labor, valorarla y visibilizar sus aportes no solo mejora el clima laboral, sino que convierte a los colaboradores en embajadores del propósito y los valores corporativos.
- Comunicando con transparencia los logros y compromisos: Los resultados financieros son esenciales, pero también lo es la contribución social y ambiental de la organización. No se trata de hacer greenwashing ni de contar historias sin respaldo, sino de generar impactos sostenibles en las comunidades donde operamos – nuestro entorno más cercano.
- Definiendo con claridad la estrategia del negocio y su plan de continuidad: Hay variables que podemos controlar y otras que no. En un mundo cambiante es fundamental que las empresas estén dispuestas a adaptar sus estrategias según las necesidades de sus clientes y consumidores. Esto no solo asegura la continuidad del negocio, sino que refuerza la confianza con sus públicos clave.
Estamos viviendo un cambio de época, tanto a nivel global como local. Viejas estructuras serán cuestionadas y, en muchos casos, reemplazadas por nuevas formas de hacer y entender el desarrollo. No perdamos de vista que, en medio de los desafíos, siempre habrá oportunidades para hacer las cosas bien. Hagámoslo por nuestras empresas, sí, pero por encima de todo, por la construcción de un Panamá verdaderamente justo, equitativo y sostenible.
***Las opiniones aquí expresadas son de exclusiva responsabilidad del autor, y pueden no coincidir con las del cuerpo editorial de esta revista o las de este gremio empresarial.